RUINAS CASTILLO ALDEIRE 24/12/11

domingo, 25 de diciembre de 2011

¡¡HASTA SIEMPRE, NUNCA ADIÓS!!

Aunque la Navidad siempre es un reflejo de alegría, de zambombas y panderetas, de guitarras y violines, de niños que corren a nuestro alrededor, de hermanos y hermanas que nos reencontramos por unos días junto a nuestros padres o abuelos que, llenos de satisfacción, no caben dentro de si mismos y no saben qué hacer para que todos pasemos estas fechas lo más contentos posible, sin embargo, como casi siempre suele aparecer, en medio de tanta algarabía, alguna nubecilla traicionera que enturbia la alegría, sino la de todos los que nos reunimos, sí, al menos, la de alguno de nosotros.

Y este año ha sido así, al menos para mi. Claro está que no me había olvidado de mis padres, hermanos, sobrina y demás familiares que, ya se han marchado para siempre, y de los que no me olvido ni me olvidaré ni un sólo momento. Esta vez no me refiero a esa añoranza propia de quien ha perdido, años atrás, a alguna persona querida. Se trata simple y llanamente del fallecimiento de mi primer compañero de trabajo en el Ayuntamiento, DON JUAN LABELLA RAMOS, más conocido como el Alguacil.

La causa de la razón de mi tristeza no es porque se haya ido, pues todos nos iremos algún día, sino de que sino es por la casualidad, no llego ni a asistir a su entierro, ya que me enteré de esa triste noticia dos horas antes, después de haber estado trabajando juntos, durante quince años, un día tras otro.

Su recuerdo me ha venido a la mente y tengo que reconocer que mis ojos han intentado contener mis lágrimas sin que pudieran hacerlo. Claro que, para no amargar la noche a nadie, me he ausentado de la mesa por unos instantes para refrescar mis ojos con esa agua del grifo a la que tanto mimaba para que llegara a nuestros hogares en las más perfectas condiciones de salubridad.

Fue tan honesto y cumplidor de todo lo que se le encargaba hacer que nunca llegó a existir ni el más mínimo roce entre nosotros, a pesar de que quince años seguidos son muy largos, pero su fidelidad y amor por su trabajo le llegaba a cumplir algunas obligaciones, que hoy en día, muchos se hubieran negado por no ser de su incumbencia. Éramos los dos únicos funcionarios del Ayuntamiento y él sabía que todo el trabajo había que sacarlo adelante.

Para mi, personalmente, fue un compañero, un amigo y, en algunos casos, hasta llegó a ejercer de padre por la larga experiencia que ya había adquirido.

Por este motivo no quiero que una pérdida tan grande para todo el pueblo en general, se eche en el olvido, pues mientras ejerció su oficio de Guardia Municipal que era su verdadera profesión, sé que se mereció mucho más de lo que se reconoció su trabajo y mucho más de lo que yo, como compañero, pueda ofrecerle y recordarle con estas humildes frases. ¡¡DESCANSA EN PAZ, AMIGO JUAN!!, pues aunque haya alguien que pueda olvidarte, nunca seré yo uno de ellos.